Opinión
La destitución del Director de la Policía Auxiliar de Benito Juárez, anunciada con firmeza por la Presidenta Municipal Ana Paty Peralta, ha sido presentada como una medida tajante contra los abusos de autoridad. Según Peralta, esta acción es una muestra de “cero impunidad” y de su compromiso con la seguridad de los ciudadanos. Sin embargo, si se observa detenidamente, esta destitución parece otra respuesta simbólica que oculta un sistema ineficaz, incapaz de exigir una rendición de cuentas real a sus funcionarios y de garantizar cuerpos de seguridad confiables.
El episodio que llevó a esta destitución – un alto mando policial captado en estado inconveniente, con actitudes agresivas en la vía pública – es un reflejo de la falta de ética y vocación que, con frecuencia, parecen predominar en ciertos servidores públicos. Pero este incidente no es una anomalía; es una consecuencia de un sistema que permite que personajes poco preparados y comprometidos ocupen posiciones de poder, mientras los ciudadanos enfrentan los efectos de una policía que, más que proteger, a veces representa una amenaza.
Las redes sociales y las declaraciones públicas suelen amplificar este tipo de decisiones como si fueran pruebas irrefutables de compromiso, pero, ¿cuántos despidos más se necesitarán antes de abordar el verdadero problema? No basta con destituir a los directivos. La corrupción y el abuso no son el resultado de individuos aislados, sino de un sistema que permite su continuidad. Si el municipio quiere que su policía funcione como garante de la seguridad, se requieren reformas profundas y duraderas, y no sólo decisiones expuestas con bombo y platillo.
Peralta afirmó que no tolerará “actos que alteren la paz social”, pero estas palabras suenan vacías en una ciudad que vive a diario el peso de la violencia y la desconfianza hacia la policía. Este tipo de despidos no garantiza en lo absoluto una policía profesional y cercana a la ciudadanía. Celebrar esta destitución como una “muestra de autoridad” es engañoso, cuando en realidad es solo un gesto aislado que no resuelve el problema de fondo.
El verdadero cambio en Cancún no vendrá de estas acciones cosméticas ni de discursos en redes sociales. Para construir una policía que realmente proteja a la ciudadanía, el municipio necesita una reestructuración integral, asegurando que cada elemento esté preparado y comprometido. Esto requiere evaluación constante, supervisión efectiva y, sobre todo, un compromiso genuino de las autoridades con la transparencia y la ética.
Cancún merece mucho más que decisiones simbólicas. La seguridad y el bienestar de sus habitantes exigen que sus líderes adopten una postura responsable y efectiva, implementando reformas de fondo que sustituyan los gestos superficiales y transformen la seguridad pública en un servicio real y confiable.