La inversión de 10 millones de pesos que anunció el secretario de seguridad ciudadana (SCC) de Quintana Roo, Julio César Gómez Torres, para renovar el mal llamado Centro de Readaptación Social (Cereso) de Cancún despierta una pregunta importante: ¿Qué significa realmente un “centro de readaptación” para los internos y para la sociedad? En teoría, el objetivo de un Cereso es preparar a quienes cumplen una condena para reincorporarse a la sociedad, brindándoles herramientas de desarrollo personal y profesional. Sin embargo, la realidad del “Cereso de Cancún”, al igual que la de muchas cárceles públicas, parece alejarse de esta idea.
El proyecto de renovación pretende mejorar la infraestructura y fortalecer aspectos críticos, como el área médica y la seguridad en aduanas. También incluye la habilitación de aulas y la ampliación de la zona femenil, lo cual es un avance para humanizar las condiciones de reclusión. Pero sin espacio para ampliar el número de celdas, no se podrá combatir uno de los mayores problemas del Cereso: la sobrepoblación. Sin embargo, más allá de los espacios físicos, el verdadero desafío yace en el enfoque de reinserción social.
La reinserción social debería ser el núcleo de cualquier reforma en un Cereso. Sin embargo, en muchos casos, los internos no sólo salen sin herramientas, sino con mayores resentimientos y estigmas. Muchos de ellos pasan sus días sin un propósito claro, viviendo en condiciones que los deshumanizan y los empujan hacia el rencor. Al final, quienes entran en prisión con la esperanza de cumplir una pena justa pueden salir con más heridas, muchas de ellas causadas por un sistema que los ha abandonado.
Para que la reinserción sea efectiva, se necesita más que remodelar instalaciones. Se requiere personal con calidad moral y sensibilidad, capaces de ver a los internos como personas en proceso de cambio, no como un número más en una celda. Contar con una plantilla de policías y militares, como ocurre actualmente, no siempre garantiza esa empatía y sensibilidad necesarias; al contrario, es común que ellos también sean arrastrados hacia prácticas de corrupción, como lo ha evidenciado la reciente incautación de artículos ilegales dentro del penal. Para construir una verdadera cultura de reinserción, es fundamental que quienes trabajen en estos centros no sólo se limiten a imponer disciplina, sino que también ofrezcan orientación y apoyo emocional.
Este proyecto debería ser el punto de partida para repensar el sistema penitenciario como un medio de transformación y redención. La sociedad cancunense merece centros que preparen a sus internos para un retorno digno, minimizando así el riesgo de reincidencia. Porque, al final del día, estos hombres y mujeres son parte de nuestras comunidades, y su retorno no solo afecta sus vidas, sino también la seguridad y el bienestar de todos.
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